El libro del día del juicio final empieza de golpe,
llevándote casi que de inmediato a un clímax inicial que engancha mucho, pero
que, corto en imaginación, se queda en el mismo asunto y le da mil y una
vueltas a lo mismo hasta el final.
La historia ocurre en un futuro próximo en el cual se ha
descubierto la forma de viajar al pasado, pero únicamente algunas de las más
prestigiosas universidades y entidades científicas tienen acceso a la
maquinaria necesaria. Kivrin es una
entusiasta estudiante de historia que ha logrado ser seleccionada para viajar a
la edad media, y documentar así de primera mano cómo era vivir en aquella época
y contrastar lo observado con lo que la historia ha recogido sobre este periodo
de la humanidad. Por otro lado está el profesor Dunworthy, quien es el responsable de
que Kivrin regrese sana y salva de su “excursión” por el pasado. Sin embargo,
minutos después de haber sido enviada a viajar por el tiempo, uno de los
operarios de la maquina indica que algo ha salido muy mal y de inmediato cae
enfermo, razón por la cual no puede explicar a qué se refiere. Kivrin llegará
al pasado, pero también enferma a los pocos minutos y termina siendo rescatada
por un lugareño quien la deja a cargo de una familia que cuidará de ella por el
resto de la novela. En el presente mientras tanto, el portal que se abrió para
que Kivrin viajara al pasado ha permitido que una muy grave enfermedad contagie
a gran parte de la población, creando una crisis en medio de la cual el
profesor hará hasta lo imposible por rescatar a Kivrin del pasado mientras
lidia con el caos que lo rodea.
Con el anterior breve resumen –que corresponde a la parte
inicial de la novela- la autora da un gran abrebocas a lo que podría ser una
trama bien elaborada, que contraste hechos del pasado con los del presente,
pero lamentablemente esto no ocurre. El libro plantea los siguientes
interrogantes: ¿A qué época y lugar viajó realmente Kivrin? ¿Cuál es el origen
del virus que ha enfermado a una ciudad completa? ¿Qué fue lo que salió mal al
momento de enviar a Kivrin al pasado? Falta de ideas y de creatividad, la
autora intenta mantener el suspenso de la novela en todas sus 600 páginas con estos
mismos tres interrogantes, sin ofrecer algún giro argumental que valga la
pena. Es tal la repetición de momentos
que al final logra que el lector pierda el interés en las interrogantes
anteriormente descritas.
Como muchas obras de ficción, la autora se ve obligada a
inventar la tecnología con la cual ambientará su historia. En este caso –y sin
ser su culpa ya que la novela fue escrita en 1992– tuvo un atino y un desatino:
primero, la evolución de las telecomunicaciones; básicamente ahora los
teléfonos fijos son un terminal para video llamadas, nada más. No hay dispositivos móviles ni similares,
solo teléfonos en oficinas y en lugares públicos, esto es un gran inconveniente
para varios protagonistas. Segundo, los sistemas neuronales de traducción: un
sistema implantado en el cerebro que a través de lo escuchado, analiza el
lenguaje y tras una interacción moderada con dicha lengua el sujeto puede luego
escuchar y hablar en su propio idioma y quienes lo escuchan lo harán en la suya
–la cual seguirá siendo desconocida para el sujeto-. Y claro no podía faltar,
la capacidad misma de viajar en el tiempo a través de portales, los cuales
tienen una característica interesante: no permiten el viaje a lugares y
momentos de la historia en los cuales el viajero pueda crear un cambio radical
en la historia; quedan descartadas así posibles paradojas al viajar en el
tiempo.
Aunque ganadora de varios reconocimientos como el Hugo y
Nebula, es una novela con muchas fallas.
Ficha técnica:
Nombre original: Doomsday book
Autor: Connie Willis
Año de publicación: 1992
Traductor(a): Rafael Marin
Páginas (aprox.): 600
Tipo de narración: Tercera persona
Género: Ciencia ficción
Calificación: 2/10
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